En abril de 1996, la policía de Nicaragua atacó con varios disparos a un furgoneta llena de migrantes que intentaba cruzar la frontera con Honduras. En ese incidente falleció el azuayo Pedro Bacilio Roche Azaña, con un disparo en la cabeza; mientras que su hermano, Patricio Fernando Roche Azaña quedó gravemente herido.
Este mes, después de 24 años en búsqueda de justicia, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) concluyó que el Estado nicaragüense es responsable por la violación de los derechos a la vida e integridad de los dos azuayos y sentenció la reparación del daño, rehabilitación e indemnizaciones compensatorias para las víctimas y su familia.
El Estado de Nicaragüa tendrá que pagar en el plazo máximo de un año la suma aproximada de 250 mil dólares a la familia Roche Azaña; además, cumplirá con la publicación de la sentencia en uno de los diarios de mayor circulación nacional y deberá implementar un plan de capacitación a miembros de la Policía Nacional y del Ejército de dicho país para evitar que un hecho como este se repita.
Una travesía llena de dolor
El 8 de abril de 1996, Pedro de 20 años y Patricio de 22 años de edad, natales del cantón San Fernando, provincia del Azuay emprendieron el viaje un viaje a los Estados Unidos. Como muchos azuayos, ellos perseguían el sueño americano: trabajar en el país del norte para ayudar a sus familias.
El viaje consistió en salir por vía aérea desde Guayaquil hasta Panamá y a partir de allí al travesía era por tierra. Cuando llegaron a Nicaragua se contactaron con coyoteros que los ayudarían a cruzar la frontera hacia Honduras. El plan consistía abordar una furgoneta en la noche, junto a otras 30 personas; sin embargo, en uno de los controles migratorios, el vehículo no se detuvo y a cambio recibió fuego del personal policial y militar.
Mientras los ocupantes del vehículo gritaban y clamaban al conductor para que parara, los hermanos Roche Azaña se desangraban por sus heridas. Ellos viajaban en la parte central de la furgoneta, en posición de cuclillas, pero eso no evitó que sean parte de los seis heridos.
Patricio recuerda que pedía desesperado que el vehículo se detuviera, sentía que su pierna derecha “estaba hecha polvo”, por las balas que le atravesaron. También recuerda haber visto a su hermano con una herida en la frente, aunque no se imaginaba que estaba sin vida. En su relato asegura que perdió el conocimiento debido al intenso dolor que sentía, pero sabe que él y todos sus acompañantes fueron abandonados por el conductor en un terreno agreste que tenía ganado y solo pudo ser internado en una casa médica a la mañana siguiente. Fueron los propios migrantes quienes se encargaron de ayudar a los heridos y de buscar atención médica.
Pedro fue declarado muerto y Patricio permaneció dos meses en coma. Tenía la pierna y su cadera derecha destrozadas por el impacto de las balas que también le provocaron una perforación en los intestinos y el piso pélvico.
Cuando Patricio despertó del coma pudo notar que le habían sometido a una colostomía (un procedimiento quirúrgico en el que el intestino grueso es atraído hacia el exterior del cuerpo, a través de una abertura para que las haces sean expulsadas en una bolsa). Además sentía mucho dolor en su cadera y pierna derecha. Permaneció en el hospital siete meses y recibió varias cirugías adicionales.
Todo ese tiempo, lejos de su familia no tuvo contacto con ninguna persona de su entorno más cercano; tampoco recibió visitas de diplomáticos que ofrecieran mejorar su situación. Finalmente, recuerda que llegó el día en que podría regresar a Ecuador. Salió del hospital en silla de ruedas hasta el aeropuerto y aterrizó en Quito.
Su retorno a Ecuador fue otro duro golpe emocional. Apenas llegó a su hogar se percató que toda su familia vestía de negro, entonces entendió que su hermano, Pedro, había fallecido en aquel trágico momento, del que aún tiene severas secuelas físicas y psicológicas.
Pero la historia de dolor no termina allí. Ya en Ecuador Patricio requirió de una nueva cirugía en su pierna derecha, en esa ocasión le implantaron una placa que debe ser cambiada cada diez años. Su complicada situación económica ha impedido que pueda someterse a esta nueva intervención, por lo que sufre de dolores crónicos que no le permiten tener un trabajo estable y se dedica a ventas ambulantes, con bastón en mano.
Sus padres asumieron los gastos que la cirugía y la rehabilitación física demandaron, por esta razón perdieron algunas propiedades y el ganado que era el único ingreso que tenían. Todo este calvario familiar terminó costándole la vida a José Fernando Roche, padre de Patricio, quien enfermó y falleció ocho años después del atentado que sufrieron sus hijos.
Angelita Azaña, madre de Patricio aún deja caer lágrimas y su voz se quiebra cuando narra cada periplo que debieron atravesar como familia. Ningún funcionario consular tocó su puerta en abril de 1996. Fueron periodistas que al enterarse del hecho buscaron a la familia Roche Azaña para conocer las acciones de repatriación del cuerpo y el retorno de los jóvenes azuayos.
Esta sentencia favorable para la familia azuaya cierra un largo y doloroso capítulo entre las cientos de historias de migrantes ecuatorianos que en busca del sueño americano solo encontraron sufrimiento, desconsuelo y desamparo del país que los vio nacer. No obstante, la justicia finalmente brilló, por obra del organismo internacional.