
POR GBS
Es verano y el clima oscila habitualmente entre los 25 a 35 grados, caluroso para los recién llegados, ideal para los que migraron hace algunos años o provienen de una zona cálida de Ecuador. Es un día cualquiera entre semana, pero en la parte posterior de una casa de madera de dos plantas, de esas muy tradicionales en los barrios de New Yersey-EE.UU, se revela otra realidad. En lo que se puede considerar un patio con buen espacio están adecuadas dos canchas de ecuavoley denominadas “Don Buda”, llamadas así, de manera jocosa, por el voluminoso estómago de su propietario.
El sonido de la música con ritmos latinos como la salsa, bachata y merengue resuena e irrumpe en la habitual calma de este sector habitado mayoritariamente por norteamericanos. El bullicio no parece incomodar a los “vecinos” y más bien, hasta el humo que sale de las parrillas y que lleva un peculiar aroma a carne asada, da el toque distintivo al ambiente. ¡Estamos en una de las comunidades latinas más grandes de inmigrantes!

De a poco, el elemento más importante de la jornada se suma; decenas de migrantes ecuatorianos llegan solos o acompañados de sus familias para disfrutar de una tarde y noche de ecuavoley, como lo harían en su país de origen. Es una especie de escape a su diario vivir en una tierra con tradiciones y costumbres diferentes, siendo una de las formas más efectivas de confraternizar entre compatriotas.
El español predomina en los temas de conversación en especial entre los jóvenes, adultos y adultos mayores; mientras las nuevas generaciones lo combinan a momentos con un inglés fluido.
Los diálogos van y vienen sobre temas diversos como trabajo, salarios, oportunidades y familia, previo a los partidos. En un escenario que bien podría pasar por una tarde o noche de ecuavoley en cualquiera de las provincias del Ecuador donde se practica este deporte.
Partidos
A la hora de conformar los equipos, todos quieren su ventaja, asegurarse con un buen colocador es fundamental, sin descuidar al servidor y volador que deben ser el complemento ideal, ahí ya todos se conocen y saben del nivel de juego; por tanto, los regateos son habituales para hacer lo más parejo posible o “cotejas” los partidos. “Te doy a ese volador, pero me das la chulla”, “Vos dame solo la izquierda”; dicen los más avezados. Las apuestas también son cosa común, aunque en cantidades exorbitantes para la realidad de su país de origen, pues superan con mucho a un salario básico.

No faltan los apodos, a la hora de jugar: flaco, perrito, zurdo, son solo una muestra; tampoco escapan las burlas ante una mala jugada y obviamente el reconocimiento general cuando lo amerita. Es infaltable el aficionado que se arriesga apostando con varias personas a favor del equipo que considera más cargado y con esto la bolsa económica en disputa se eleva mucho más. También los técnicos improvisados que desde fuera del rectángulo de juego, todo le ven más sencillo. “Esa bola estaba fácil, debes bombearla”, comentan, bastante metidos en el desarrollo de los juegos.
En la cancha de fondo se ubican los más veteranos, mientras en la más cercana a la entrada de la vivienda, varían en edad, como todo buen “voley”, los puntos se disputan a rabiar. No es raro, que alguno de los tríos se abra porque no estuvo de acuerdo con alguna jugada o decisión arbitral.
Estos espacios de tiempo entre un juego y otro son bien aprovechados por los más pequeños que se arman sus partidos, no de “voley, sino de fútbol soccer, como lo conocen. Los cotejos que no hacen distinción de género son interrumpidos porque los nuevos partidos de ecuavoley ya fueron armados.

Bates con efecto, vistosas voladas, bolas chiquitas, largas o bombeaditas, van y vienen, hasta definir al ganador, sea en dos o tres quinces; según el desarrollo del encuentro, como en todo equipo los triunfadores festejan y los perdedores se consuelan con unas bielas. “Pide un balde”, indican a una conocida ración de seis “coronas”, que por 20 dólares provee la casa.
Juegos ca cartas
En paralelo a los juegos de ecuavoley, los menos aptos para este deporte o de gustos diferentes optan por ocupar una de las cuatro mesas habilitadas para el juego de cartas, siendo el “Rumi” el predilecto. Acá, hombres y mujeres de todas las edades, son los rivales, no es raro que alguien pierda o gane unos cientos de dólares por jornada, pues un jugador con algo de suerte puede hacerse de hasta 60 dólares en una sola partida.

En esta dinámica avanza el tiempo y el reloj va marcando la hora de retrono a la realidad, pues mañana temprano, incluso a la madrugada, muchos de ellos tendrán que tomar el metro para llegar hasta sus empleos, los más favorecidos lo harán en sus propios vehículos y solo unos pocos que tienen negocios y que de alguna manera han conseguido el “sueño americano”, podrán disponer de la hora de entrada a laborar.
Lo que sí es seguro, es que pronto volverán a las canchas de Don Buda, para hacer deporte con una disciplina nacida, dicen los registros, en las provincias de Loja e Imbabura, por allá en los años 30 del siglo XX y que por unas horas se convierte en el vínculo fuerte de convivencia manteniendo muchas de las costumbres y tradiciones. Es una necesidad intrínseca para compartir con tu gente, ya que por ahora a la mayoría, le es imposible retornar al menos de visita a la tierra que los vio nacer.